Hasta ahora, no hay nada especial en la vida de este
satanista, no es un delicuente, ni un asesino ni pasa su vida en aquelarres sacrificando
niños en estúpidos y extraños rituales.
Su primera diferencia está en su interior. Es libre. Se
siente libre. Respira libertad por todos sus poros. Nada le ata ni esclaviza, su mente es
libre y tan solo él marca las normas en su vida, sabiendo que él será el único
responsable de sus errores.
Su segunda diferencia está en su sensibilidad para
apreciar lo que la vida pone ante él. Si siente dolor, él lo sentirá como si fuera
infinito. Si es placer, llegará a apreciarlo hasta sus más minúsculos matices. Cuando
ame, lo hará sin barreras ni límites, sin ataduras ni leyes, ni remordimientos. El
satanista amará la vida disfrutando cada segundo del día, porque su vida es su mayor
tesoro.
Su tercera diferencia está en su inagotable sed de
conocimientos, de vivencias, de experiencias. Se relacionará con todas aquellas personas
que desee y en las que pueda encontrar valores enriquecedores sin importar su raza, sexo o
condición social. Dará a los demás según él reciba y será fiel al amigo que sepa
guardarle fidelidad.
Pero lo mejor de un satanista aflorará cuando se reúna
con otros hermanos satanistas. Entonces, con absoluta libertad podrá destapar sus deseos,
emociones y pensamientos, sabiendo que nadie establecerá juicios morales y que sus
hermanos y él compartirán juntos verdades que harán su vida más intensa y rica.
Como en todo, no existen reglas fijas que conduzcan los
actos de los hombres, pero esta ha sido sinceramente la reflexión de un satanista sobre
su propia existencia.
